México • 20 de febrero del 2025 • Arturo García Torres D •
A unos días que se cumplan tres años del inicio del conflicto en Ucrania, es interesante analizar los antecedentes, situación actual y posibles escenarios sobre esta confrontación entre Estados Unidos y Rusia en Ucrania.
Se plantean brevemente algunos antecedentes históricos, así como la dinámica que está teniendo lugar a partir de la intervención del presidente Donald Trump y algunas posibles consecuencias a corto y mediano plazo.
Antecedentes
Lo que hoy conforma la geografía de la actual Ucrania formó parte de los territorios en donde se va creando y expandiendo lentamente Rusia desde hace varios siglos a partir de las invasiones vikingas desde el siglo VIII de nuestra era, en donde la actual Kiev fue un polo comercial y político importante. Ucrania fue invadida posteriormente por mongoles, por cruzados, por Napoleón y por Hitler. En 1922 se crea la URSS con 15 repúblicas constituyentes, incluida Ucrania. Con José Stalin se inicia un fuerte proceso de industrialización.
Al término de la Segunda Guerra Mundial, se temió que siguiera el conflicto entre la Unión Soviética y EU, situación que no ocurrió, pero que derivó en la Guerra Fría que fue el gran enfrentamiento ideológico, político, militar y económico entre el capitalismo y el comunismo que abarca de 1945 a 1991, año de la disolución formal de la URSS y la independencia de sus repúblicas constituyentes.
A partir de este hecho, calificado por Francis Fukuyama, como “el fin de la historia”[1], Rusia entra en un periodo de grandes conflictos internos y pierde su posición como gran potencia, hasta que Vladímir Putin accede al poder en el año 2000.
Con el liderazgo de Putin, Rusia experimenta una espectacular recuperación económica, militar y política y por lo tanto se manifiesta nuevamente la rivalidad entre las dos potencias que se expresa cruelmente en Ucrania desde hace tres años.

Es importante mencionar el interesante libro de la historiadora estadounidense Mary Elise Sarotte, Not One Inch, publicado en 2021, en el que se documenta la negociación que tuvo lugar en 1990 entre el secretario de Estado James Baker y Mikhail Gorbachev: después de la caída de la Muralla de Berlín en 1989, los rusos se comprometían a retirar sus ejércitos y armas nucleares de Alemania de Este y a cambio la OTAN no avanzaría ni una pulgada hacia el este. Gorbachev cumplió, pero Washington repensó el acuerdo, dada la gran debilidad de su contrincante, los EU se dieron cuenta que la OTAN podía expandirse sin obstáculos, como efectivamente lo hizo.
[1] “El fin de la historia significaría el fin de las guerras y las revoluciones sangrientas, los hombres satisfacen sus necesidades a través de la actividad económica sin tener que arriesgar sus vidas en ese tipo de batallas”.
A partir de la unificación alemana en octubre de 1990 hasta 2024, 16 países (ocho antiguas repúblicas socialistas que conformaron la URSS y el antiguo Pacto de Varsovia, así como otras ocho naciones – la más reciente Suecia en 2024) se han adherido a esta organización creada por 12 miembros fundadores en 1949 en plena Guerra Fría.
Conviene recordar lo que escribiera en 1997 en The New York Times, George F. Kennan, un destacado diplomático estadounidense:
¿Por qué, con todas las esperanzadoras posibilidades engendradas por el fin de la Guerra Fría, las relaciones Este-Oeste deberían centrarse en la cuestión de quién se aliaría con quién y, por implicación, contra quién en un futuro fantasioso, totalmente imprevisible e improbable conflicto militar? (…) Dicho sin rodeos… expandir la OTAN sería el error más fatídico de la política estadounidense en toda la era posterior a la Guerra Fría. Se puede esperar que tal decisión inflame las tendencias nacionalistas, antioccidentales y militaristas en la opinión rusa; tener un efecto adverso en el desarrollo de la democracia rusa; restaurar la atmósfera de la guerra fría en las relaciones Este-Oeste e impulsar la política exterior rusa en direcciones que decididamente no son de nuestro agrado…
Un año más tarde en una entrevista con el mismo diario, apuntaba:
Creo que es el comienzo de una nueva guerra fría. (…) Creo que los rusos reaccionarán gradualmente de manera bastante adversa y afectará sus políticas. Creo que es un error trágico. No había ninguna razón para esto en absoluto. Nadie estaba amenazando a nadie más. Esta expansión haría que los padres fundadores de este país se revolvieran en sus tumbas.
Putin, en el histórico discurso en febrero de 2007, durante la Conferencia de Seguridad de Múnich, condenó los esfuerzos de EU por construir un mundo unipolar y criticó el despliegue de la OTAN hacia territorio ruso. El “discurso de Múnich” es calificado como un enfrentamiento entre Rusia y la OTAN, aunque posteriormente ambos lados negaron la idea de una nueva Guerra Fría.
Como lo mencioné la inicio de esta nota, la historia de Ucrania y Rusia están totalmente entrelazadas. La de Ucrania comienza en el año 882 con el establecimiento de la Rus de Kiev, una federación de tribus eslavas orientales, que llegó a convertirse en el Estado más grande y poderoso de Europa durante el siglo XI. Con la invasión mongola en 1256, la unidad territorial desapareció y esta fue dividida y gobernada por diferentes potencias como Polonia-Lituania, el Imperio austrohúngaro y el Imperio Otomano.
La mayoría del territorio ucraniano formó parte del Imperio ruso desde su creación en 1721 hasta 1917, con su desintegración por la Revolución de 1917 y la Revolución de Octubre. Se inició la guerra civil rusa y en 1919 los bolcheviques de Lenín derrotaron a los nacionalistas ucranianos y se constituye la República Socialista Soviética de Ucrania, la cual se convirtió en miembro fundador de la URSS en 1922 de la cual formó parte hasta agosto de 1991, fecha en la que declara su independencia de la URSS. En diciembre del mismo año, se formaliza la disolución de la Unión Soviética.
A partir de estos acontecimientos en Ucrania, como en otras regiones del mundo, se profundizan procesos sociales de definición del tipo de sistema político y económico a seguir, ya sea basado principalmente en el mercado o guiado por el Estado. En Ucrania, EU y las principales potencias europeas alentaron la adhesión de este país al sistema capitalista. Por otro lado, Rusia promovió la relación histórica entre ambas naciones y la alternativa de aliarse con este país. En noviembre de 2013 el cuarto presidente de Ucrania, Viktor Yanukóvich, rechaza la larga negociación entre Ucrania y la Unión Europea, y estrecha las relaciones con Rusia, lo que ocasiona una serie de protestas conocidas como el Euromaidán, que provocaron la renuncia del presidente en febrero de 2014 y ocasionó el origen de la Guerra ruso-ucraniana.
El conflicto de 2013 manifestó la confrontación política que ha vivido desde siglos Ucrania: sectores, principalmente del este del país, favorecen la relación con Rusia – su “madre patria”, mientras que la parte occidental desea vincularse con Europa.
El Euromaidán, así como la solicitud de las autoridades de Crimea[2] (de ideología pro rusa) y la premisa de que es un territorio histórico para Rusia, dio lugar a la anexión de la península de Crimea y de la ciudad de Sebastopol en marzo de 2014, acciones que no fueron aceptadas por Ucrania y occidente.
Igualmente, Rusia apoyó la guerra del Dombás en Ucrania oriental, que inicia también en 2014 hasta febrero de 2022, entre el gobierno de Ucrania y las fuerzas separatistas pro rusas de Dombás. Rusia argumentó que la población ucraniana partidaria de Rusia estaba siendo atacada por fuerzas militares de Ucrania.
El Protocolo de Minsk que pretendía poner fin a esta guerra, firmado por representantes de Ucrania, Rusia, las República Populares de Donetsk y Lugansk, en septiembre de 2014, en los hechos falló en su objetivo de detener todas las hostilidades en el este de Ucrania.
El 7 de diciembre de 2022, la excanciller alemana Angela Merkel reconoció, en una entrevista al diario alemán Die Zeit, que los acuerdos de Minsk se firmaron con el único objetivo de dar tiempo a Ucrania para rearmarse y fortalecerse. Y “ese país usó ese tiempo para volverse más fuerte, como se puede ver hoy” además Merkel añadió que en ese momento Rusia tenía la capacidad de “aplastar fácilmente” a Ucrania. “Dudo mucho que en ese tiempo los países de la OTAN podrían haber hecho tanto como hoy para ayudar a Ucrania”.
[2] El 19 de febrero de 1954, siendo Nikita Jrushchov el Primer Secretario del PCUS, el Presidium del Sóviet Supremo de la Unión Soviética aprobó un decreto para transferir el óblast de Crimea de la RSFS de Rusia a la vecina RSS de Ucrania.
La guerra de Dombás así como la intención de EU y sus aliados de ampliar la OTAN, ahora con Ucrania, ocasionó que a pesar de múltiples advertencias desde mediados de 2021 por parte de Putin y de la presentación de dos borradores de tratados con “garantías de seguridad”, que fueron rechazadas por la OTAN, la Federación Rusa iniciara una invasión a Ucrania el 24 de febrero de 2022. A finales de 2024 Rusia tenía ocupado casi el 20% del territorio ucraniano.
La guerra de ucrania, llamada por Rusia “operación militar especial en Ucrania”, es el mayor conflicto militar convencional en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Miles de civiles y soldados muertos y heridos, más de 7 millones de ucranianos han abandonado el país y otro tanto se han desplazado internamente. Adicionalmente a la pérdida de vidas y destrucción de ciudades, la guerra ha impactado la producción global de alimentos y el suministro y costo de energía a Europa.
La guerra ha continuado por tres años gracias al financiamiento y al apoyo militar de algunos países europeos pero principalmente de EU. En la actualidad Ucrania es el país que más ayuda recibe de EU. A continuación se muestra una tabla al respecto.

Entrada de Donald Trump.
Desde su campaña a la presidencia de EU, el candidato republicano apuntó que resolvería el conflicto de Ucrania en un día. A un mes de su ascenso al poder, el vicepresidente J. D. Vance en Múnich durante la Conferencia de Seguridad, lanzó un duro ataque contra las democracias de Europa. Su discurso fue calificado de no aceptable y ha causado conmoción e indignación. El resultado es un distanciamiento entre EU y sus aliados tradicionales. Los europeos requieren redefinir sus relaciones con la potencia que desde el fin de Segunda Guerra Mundial asumió apoyar la seguridad militar de occidente porque así defiende y mantiene sus intereses geopolíticos.
La reunión para definir cómo concluir la guerra en Ucrania que tuvo lugar en la capital de Arabia Saudita Riyadh el pasado martes 18 de febrero entre Marco Rubio, Secretario de Estado de EU y Sergrei Lavrov, ministro de relaciones exteriores de Rusia desde 2004, en la que no participaron ningún representante de Ucrania ni de la Unión Europea; así como la reciente guerra de palabras, entre Trump y Volodymir Zelensky en donde el primero califica al segundo como un “dictador sin elecciones” y que esta guerra nunca debió de haber empezado, dan un marco de referencia a la negociación que tendrá lugar en las próximas semanas.
Todo parece indicar que Rusia mantendrá los territorios ocupados al este de Ucrania y la promesa de no adhesión de Ucrania a OTAN. A cambio, EU tendría la propiedad del 50% de los sustanciales recursos minerales industriales de Ucrania por un monto del orden de 500 mil millones de dólares, propuesta que ya ha sido rechazada por Zelensky, aunque la presión estadounidense y su propia supervivencia política influrián seguramente para que cambie su posición y siga actuando como comparsa de los intereses de EU.
La posición de Trump, entendible, para un hombre de negocios, es que la inversión que EU ha hecho para apuntalar a Ucrania en contra de Rusia, no tiene un claro retorno y por lo tanto es necesario negociar un acuerdo que beneficie al inversor, dejando de lado los clásicos, desgastados y cada vez menos creíbles argumentos de que occidente está enfrentado a Rusia a fin de apuntalar la democracia y la libertad de un pueblo que ha sido oprimido por el enemigo histórico de occidente.
El súbito giro de timón que está llevando a cabo Trump ha sorprendido a la mayoría de los líderes europeos que aún están asimilando sus implicaciones, especialmente en relación a la seguridad regional sin la confianza de tener un apoyo militar de EU. El secretario de defensa de EU anunció recientemente que la seguridad europea ya no es una prioridad para ese país.
En los próximos meses seremos testigos de un complejo proceso de búsqueda de alternativas propias y de lograr satisfacer de alguna manera los deseos de “su majestad todo poderoso”, con base en acuerdos de tipo transaccional.
La reciente reunión de algunos líderes europeos en Paris en febrero 17, para iniciar la definición de una respuesta compartida, solo sirvió para anunciar sus diferencias.
Las próximas visitas a Washington de Emmanuel Macron, presidente de Francia el 24 de febrero y del primer ministro de Gran Bretaña, Sir Keir Starmer, el 27 de febrero, representarán para ambos desafíos diplomáticos a superar cuidadosamente. En el caso de Starmer, puede aprovechar que su horizonte como primer ministro coincide con el de Trump como presidente, así como la mayoría de la que goza el partido laborista en el parlamento y sin bien, el aprecio que ha manifestado el estadounidense del inglés, no es seguridad de nada, la declaración de que los ingleses están dispuesto a enviar tropas para asegurar la paz después de un acuerdo, suma algunos puntos a su cuenta. Igualmente, el compromiso de gastar 2.5% del ingreso nacional en defensa. Un aspecto que seguramente estará en la mesa será el del comercio y el establecimiento de aranceles que ha anunciado Trump. Lo verdaderamente importante será encontrar aspectos transaccionales de muto beneficio que sirvan de puente para la amplia brecha ideológica que se está formando entre Europa y EU.
El blitzkrieg que se están barriendo Europa tienen importantes implicaciones económicas (¿aranceles?), políticas (derechización), militares (¿fin de la OTAN?), sociales (menores recursos para la inversión social), presupuestales (con crecientes déficits) y sobre todo de diseño organizacional de cómo lograr una gobernanza regional.
A mediano plazo, se puede prever que el fin de esta guerra en Ucrania sea el preludio de una relación menos conflictiva entre los dos superpoderes militares y esta disminución de la tensión nos aleja, por lo pronto, de la amenaza de una guerra nuclear.
Queda pendiente la principal prioridad de Trump, que es la definición de la estrategia que desplegará ante China, su más importante rival en la esfera económica, industrial y tecnológica. Esta relación también tiene implicaciones geopolíticas globales muy trascendentes.