Eduardo Pérez Haro • 22 de agosto de 2017
Para José Narro Céspedes
Participación social, conocimiento de las dificultades de fondo y no sólo de sus manifestaciones, reconocimiento preciso de los procesos, de los tiempos y recursos necesarios, amalgama de intereses diversos, son algunos factores sustantivos que eslabonan un camino nada sencillo pero que se aparta de los actos de fe, el voluntarismo, las utopías o el aparente y, en su caso, efímero avance por el cambio que mucho nos hace falta, si de algo cierto y sostenible se tratase.
El desarrollo nacional es en principio un desafío político pero en ningún momento puede asumirse sin comprender el carácter del sistema, sus contradicciones fundantes, y la singularidad histórica del momento, lo que implica apartarse de la idea simple de suponer que el cambio político se sucede al momento del triunfo electoral, ni siquiera suponer que existe un orden de prelación donde primero se ganan las elecciones y después se emprende el cambio, eso no es más que un ardid que sirve para justificarse dentro de un proceso parcial que justifica la lucha por el poder pero carente de la fuerza consciente de la sociedad en la que se depositan las bases de sustentación, el largo plazo y el cambio posible, con lo cual podrá entenderse que tampoco es primero la sociedad consciente y luego la lucha por el poder. Son procesos entrelazados y en ello estamos.
La dominación secular y su expresión actual en el mundo globalizado y los estados nacionales no es más que una historia y un momento del desacomodo entre el capital y el trabajo en favor del primero, mas ello no significa sólo una senda de injusticia y un saldo de desigualdad que se remedia con la técnica distributiva porque esta técnica en caso de disponerla responde a una correlación de fuerzas y no a la disposición de contar con el recetario, de manera que el proceso de cambio si tiene un ingrediente en el proceso electoral pero de no contar con un movimiento de base entre la sociedad nacional está condenado a una vida efímera o a su rendición que habría de traducirse en la ausencia misma del cambio.
Más aún, el cambio además del triunfo electoral y el desarrollo del sustento político por parte de las sociedades de base tendría que procesarse en el contexto de una relación de alta dependencia con los Estados Unidos que se tornan indispuestos a transigir nuestra soberanía por cuanto se nos requiere para resarcir el deterioro interno de su economía y así, coadyuvar a la restitución de los términos de su hegemonía frente al ascenso oriental encabezado por China y secundado por Rusia sin perder de vista a la India, sólo por referir a las fuerzas más visibles en el reordenamiento del poder económico mundial en curso, de tal manera que procesar el desarrollo nacional tiene requerimiento políticos más allá de la arenga y el acarreo amén de la inscripción de cambios en la estrategia de desarrollo económico que están expuestos a la negociación con los Estados Unidos en principio ya emprendida con el TLC y que corren por cuenta del régimen actual y los sectores empresariales.
No obstante, el cuadro de dificultades no termina ahí, pues si estamos hablando de estar en el interés de Estados Unidos, porque precisa de apalancamientos vecinales (México y Canadá), es debido a que éste, enfrenta dificultades inéditas que se reconocen en la atonía de su dinámica de crecimiento económico, a sus serios desequilibrios comerciales y de la balanza de pagos, al deterioro del empleo y su planta productiva y al ensanchamiento de la desigualdad y la pobreza en sus entrañas, pero Europa y particularmente la eurozona y Japón, otrora ejemplares economías del mundo, viven una circunstancia semejante que por supuesto han terminado por afectar la dinámica del crecimiento y el desarrollo en Oriente, dando cuenta de una dificultad en el despliegue de la globalización y de un bloqueo a la reestructuración internacional y del desarrollo.
Entonces cabe preguntarse cómo asumir el desarrollo nacional, cuando el despliegue del mundo globalizado está enfrascado, no responde y no hallan como destrabarlo. Los Estados Unidos juegan como causa y efecto del empantanamiento del mundo globalizado y México se encuentra entrelazado y en gran medida maniatado por su dependencia a la unión americana, tal parece que el PRI y la partidocracia prefieren no ver ni oír esta problemática con tal de asegurar su permanencia y Morena no se da tiempo porque lo de ahora es ganar las elecciones, lo que equivale que a nadie le importa sino ganar las elecciones, unos para continuar otros para después emprender el cambio aunque las posibilidades de cristalizarse se diluyan desde las negociaciones con Estados Unidos ya en curso y la ausencia de esclarecer el marco de dificultades que bien se requiere para anticipar un acuerdo interno entre la sociedad y los agentes de cambio.
Por supuesto, esclarecer el marco de dificultades, cuyos elementos más generales venimos mencionando, no aduce ni se reduce a un cuadro apocalíptico, más difícil es cuando no se ve el marco de dificultades externas y las insuficiencias internas en la economía y la política porque eso quita el punto de apoyo a la política y a la técnica, la ciencia se disipa y el cambio se vuelve quimera.
Mas, ¿qué hacer en medio de este entorno que de pronto pareciera un laberinto sin salidas? Por supuesto que ahondar en el estudio, reflexión y discusión de las contradicciones y las fuerzas que han trabado el desarrollo en sus dimensiones, nacional, regional y global y apelar a la política como el medio por excelencia pero en medio de un ejercicio abierto con las sociedades de base, a las que pertenecemos, y encaminar un esfuerzo con claridad fundamental sin listados nauseabundos de problemas de todo orden y carácter que evidencian el extravío y la confusión entre la multitud de síntomas y dolores, aunque, celosamente, se agrupen por temas de todo orden escolar.
Atacar las insuficiencias de la capacidad productiva (tecnología, infraestructura, capacitación de la fuerza de trabajo, organización del proceso de trabajo y de producción, financiamiento, vinculación de mercados, marco jurídico y cambio institucional) por sectores bajo políticas diferenciadas por regiones y estratos sociales configura una ruta que no divaga, pega en el centro de la acumulación y la dinámica económica, construye competitividad en el mediano plazo y se torna distributiva si se erige desde la perspectiva del trabajo. Ello presupone una acción del Estado donde, por supuesto, el ingreso-gasto del gobierno habría de apalancar el proceso mas no podría ser sin la convergencia del capital y el trabajo que presuponen un acuerdo explícito y una sociedad clara en el compromiso y defensa por cuanto estaría directamente involucrada.
Nada de esto se tiene en la mesa de discusión ni apunta a perfilar el desenlace electoral, la perorata de la oferta política se desplaza del combate a la corrupción al cambio de modelo, de la reforma fiscal al rechazo al TLC, de la transparencia a la pluralidad, de la soberanía alimentaria al aumento del salario, del rechazo a las trasnacionales a la diversificación de los mercados, y así en listados interminables de demandas que sin duda guardan sentido en el imaginario colectivo y la agenda social pero que no son procesables cuales consignas son al estar desparramadas fuera del debate inspirado en la soberbia de unos y otros, al margen de la participación social y del cauce definido por los contenidos de un acuerdo puntual y abierto entre los sectores, colectivos y las sociedades de base y debidamente fundado en el reconocimiento de las contradicciones y fuerzas en contrario, hoy por hoy dominantes.
Participación social, conocimiento de las dificultades de fondo y no sólo de sus manifestaciones, reconocimiento preciso de los procesos, de los tiempos y recursos necesarios, amalgama de intereses diversos, son algunos factores sustantivos que eslabonan un camino nada sencillo pero que se aparta de los actos de fe, el voluntarismo, las utopías o el aparente y, en su caso, efímero avance por el cambio que mucho nos hace falta, si de algo cierto y sostenible se tratase.
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