Economía y política ante el desarrollo nacional (III de VI)

Eduardo Pérez Haro • 13 de junio de 2017

 

Para Pablo Franco

En el tiempo actual de la supremacía financiera y los monopolios, la competencia ya no se libra en una aritmética simple de productividad, sino bajo la estratagema de la legalización del predominio político-militar, como sucede al establecer el dólar como principal divisa de la economía internacional.

Hemos referido la controversia proteccionismo vs. libre mercado, nacionalismo vs. globalización, como formas que asume la competencia capitalista en el periodo actual, que es a la vez lucha por la hegemonía entre Occidente y Oriente.

Pero estas modalidades no son un forcejeo de curso corriente que se solvente al tenor de la ventaja competitiva obtenida con base en los diferenciales de productividad, como lo sugeriría la economía, aunque ello siempre subyace (la productividad siempre está en el fondo del asunto, pero lo pondremos en evidencia más adelante).

En el tiempo actual de la supremacía financiera y los monopolios, la competencia ya no se libra en una aritmética simple de productividad, sino bajo la estratagema de la legalización del predominio político-militar, como sucede al establecer el dólar como principal divisa de la economía internacional (Acuerdos de Bretton Woods, New Hampshire, EE. UU., 1944) o el desprendimiento del dólar con respaldo del oro. En Bretton Woods se decidió el dólar como divisa internacional, pero bajo la condición de que la Reserva Federal sostuviera el patrón oro. Sin embargo, a partir de 1971, el presidente Richard Nixon establece que el valor del dólar se desprende de esa condición y pasa a sostenerse sólo en la confianza de sus usuarios y poseedores, con lo que se abre paso al dinero fiduciario y con ello a la preponderancia del sistema financiero, pues no es otra cosa que el derecho de imprimir dólares o crear dinero por parte de la banca privada respaldado en deuda pública o privada –crédito, trabajo futuro–.

Cuando se sucede la crisis del petróleo (1971-1974), se hace incosteable la inversión pues los costos de producción habrían de enfrentarse a la conformación de precios muy altos, prácticamente impagables, amén de mercados saturados por bienes de consumo duradero (electrodomésticos, vivienda, automóviles, etcétera), con lo que se retrae la capacidad instalada de producción y se asume una recesión con pérdidas del capital y el trabajo en tanto que contención salarial y desempleo.

Ante la encrucijada de ver esfumarse o reciclarse los capitales, el capital y el capitalismo encuentran una válvula de escape con la aparición del microprocesador (1971 Intel 4004, 1972 Intel 8008, 1974 Intel 8080) que daría paso a la ulterior era digital, que se significaría como una revolución productiva cambiando el “motor” de los productos tradicionales, los procesos de trabajo y de producción y, por supuesto, una nueva generación de productos.

Los mercados vivirían un cambio y una ampliación y, para su impulso, estaría a la orden el nuevo sistema financiero computarizado y con permisibilidad de emitir el dinero necesario para el impulso de la nueva capacidad productiva. Así se sobrevino una nueva producción que precisaba de todo mundo a manera de fuerzas productivas, susceptibles de acoplamiento, y espacios de comercio, pero ojo, con una modificación en la relación fundamental entre el dueño de los negocios y el trabajo asalariado prevaleciente en esa condición pero ahora desprovisto de la asociación sindical bajo la modalidad de trabajo flexible.

El libre comercio se colocó como una necesidad por cuanto habría que evitar el bloqueo de circulación de las partes con las que se integraría un producto final, los aranceles a manera de impuestos al comercio exterior alentarían los flujos y encarecerían la integración de productos terminados bajo el nuevo patrón tecno-productivo entre empresas, regiones y países, de manera que se iniciaron los procesos de eliminación de aranceles entre los países susceptibles por su vecindad con las principales economías, por su especialidad, por ventaja comparativa o por su dependencia, o por la suma de estas condiciones. Este era el acomodo más recomendable para destrabar el ciclo del capital y darle un nuevo impulso que hemos de reconocer como la globalización gestionada desde la década de 1970, con madurez en los ochenta y auge en los noventa.

Los dueños del capital y sus aduladores imaginaron que habían encontrado la piedra filosofal y se apresuraron a dar como verdad indiscutible la ineficiencia y por ende la inconveniencia de la participación del Estado en la economía (producción y comercio), con lo que descalificarían a la escuela keynesiana de la economía que habría de soportarse en la intervención del Estado (teoría económica propuesta por John Maynard Keynes, plasmada en su obra publicada en 1936), acreditando la libertad del mercado como la única y verdadera fórmula del crecimiento y a éste como precondición del desarrollo; se acabarían las crisis recurrentes y en adelante todo sería progreso.

Pero Japón entraría en crisis desde inicios de los noventa. En 1997 y más tarde en 2001 las empresas basadas en la informática del internet registrarían una sacudida por sobrevaloración accionaria y quiebre y más tarde se precipitaría la crisis inmobiliaria de los créditos basura (créditos suprime) en Estados Unidos que habría de escalarse a Europa hasta alcanzar a China y en general a todo el mundo. O sea que se desdibujó el paradigma del liberalismo clásico rebobinado por la escuela de Chicago con Milton Friedman (Nueva York, 1912San Francisco, 2006) y mejor conocido como nuevo liberalismo o neoliberalismo, con lo que se abrió un espacio de dificultades e incertidumbre, donde tal parece que nadie termina por configurar una respuesta acorde a la circunstancia de una crisis contenida, esto es, pospuesta por cuanto la vida de aparente normalidad de la economía mundial no es más que vida artificial mediante inyección de dinero prestado que por lo demás ya no aguanta mucho más y de ahí el incremento en las tasas de interés del crédito.

El capital y el capitalismo están en la sala de terapia intensiva, como alguna vez se lo escuché a Miguel Ángel Rivera; eso es prueba de que en el libre comercio y la globalización no había una panacea para el capital y el capitalismo. El capital y el capitalismo durante la era digital rebobinaron la capacidad de crecimiento, pero a costa de un proceso creciente de endeudamiento, público y privado, con una desmedida valoración accionaria, haciendo del sistema financiero un sector preponderante sobre la producción material por cuanto su peso es varias veces mayor a la masa de bienes y servicios no financieros en que se conforma la riqueza de las naciones.

Se prefigura una deuda de dimensiones inmanejables y una burbuja accionaria por cuanto no tienen dónde lavarse, esto es, dónde invertir el dinero para que éste regrese proveniente del trabajo productivo en lugar de deuda que en la especulación financiera se acredita como ganancia sin haber generado ninguna mercadería. Y bajo este círculo perverso, el capital no halla dónde invertir porque de nueva cuenta el propio capital está topando con el exacerbado control monopólico de mercados de toda índole (concentración como consecuencia regular de la economía mercantil y antítesis de la competencia del libre mercado), con mercados saturados (algo que después habremos de explicar con mayor detenimiento, pues suele refutarse con el problema del hambre y la pobreza, pero ambos aspectos se inscriben de distinta manera en el funcionamiento de la economía mercantil capitalista), y con los límites tecnológicos para la generación de nuevos productos como base de la ampliación de los mercados y fundamento de la acumulación capitalista que solemos reconocer en el crecimiento económico.

En nuestra entrega anterior, referíamos dos ámbitos de dificultad; por un lado, el declive de la ganancia media y de la dinámica de crecimiento de la economía del capital y, por otro lado, su repercusión sobre el empleo y el ingreso de los trabajadores y de las sociedades de base. Ahora razonamos la dinámica del primer asunto, conscientes de que la perspectiva del desarrollo independiente, justo y democrático se procesa dentro de este mundo del capital y del capitalismo que no sólo no atina en la fórmula de cómo lavar las ganancias, sino que a la vista no tiene manera.

El capital en su conformación actual se ha estrellado con la dificultad de condiciones para su reproducción, y de ahí que se coloca en la controversia y aparente disyuntiva entre el proteccionismo nacionalista vs. el libre comercio globalizado. Terminemos de explicar las causas de esta circunstancia y su perspectiva para abordar cómo es qué se halla el trabajo dentro de este marasmo del sistema, y cómo es qué se fundamenta en este contexto una ruta de cambio con una perspectiva de desarrollo independiente, justo y democrático. (Continúa.)

 

eperezharo@gmail.com

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