Eduardo Pérez Haro • 12 de marzo de 2019
Para Patricia Rodríguez López
Siempre que se decide tomar un arma habrá que evitar dispararse a los pies. Con esto no hay ninguna insinuación de bajar la guardia en el decidido combate contra la corrupción, sólo que ya no es un tema de drogas, sino, prácticamente, de todos los circuitos de bienes y servicios y eso no es sólo cosa de policías y ladrones, sino del entramado socioeconómico en su conjunto. Palabras mayores.
Advertíamos que la lucha contra la corrupción asiste a una doble circunstancia que implica una dificultad no menor; por un lado, el espectro que representa el fenómeno comprende todos los ámbitos socioeconómicos y territorios del país. Usted leyó bien, todos los ámbitos socioeconómicos y territorios del país, lo cual significa una guerra que se torna mucho más amplia que la infructuosa guerra contra el narcotráfico. Por otro lado, esta guerra implica a la sociedad nacional en doble forma, primero en el entramado de complicidades en el que una sociedad sin empleo-ingreso termina involucrada como parte de la red delictiva, pero así también como usuaria de lo que significa el precio de acceso a las mercaderías que no son sólo drogas sino todo, música, cine, celulares, licores, perfumes, medicamentos, materiales de construcción, ropa, carros, trámites o lo que usted imagine desde la condición de comprador fabricante, comprador comerciante o comprador final, prácticamente nadie en México, escapa al fenómeno de la corrupción.
Un elocuente ejemplo lo hemos vivido casi todos en el precio del limón o del aguacate que llevan el pago del derecho de piso y de aduana del crimen organizado y llega hasta Walmart. La corrupción termina por entretejerse con la formalidad, donde los circuitos limpios se cruzan con los circuitos contaminados por la corrupción en la formación de precios, creándose mercados segmentados-diferenciados en competencia; pero no crea que sólo se trata de una diferenciación de lugares, unos legales y otros no, en ambos casos los precios y los productos mismos llevan su cuota de perturbación.
De manera que la cuestión no concluye con la clausura del ilícito y la eventual aprehensión del delincuente, pues cuando se pone en jaque a la corrupción se crea una reducción de la oferta informal-ilegal de los bienes y servicios que presupone una presión en la formación de precios al alza en donde la población registra otro sentido de los efectos de este combate, amén de que se tensan las capacidades supletorias del sector formal, lo que significa que el gobierno-estado no sólo tiene que afrontar las batallas de esta guerra en todos los frentes y lugares, sino que tiene que preparar, con los empresarios y la misma sociedad, las acciones necesarias para no sucumbir por consecuencia de la acción propia.
Siempre que se decide tomar un arma habrá que evitar dispararse a los pies. Con esto no hay ninguna insinuación de bajar la guardia en el decidido combate contra la corrupción, sólo que ya no es un tema de drogas, sino, prácticamente, de todos los circuitos de bienes y servicios y eso no es sólo cosa de policías y ladrones, sino del entramado socioeconómico en su conjunto. Palabras mayores.
No obstante, hemos de retomar el sentido de las consideraciones que advierten las posibilidades reales de la transformación, donde hemos llamado la atención sobre la experiencia de los países emergentes que, en distinto grado, revelan capacidades de superación del atraso y el encuentro de un crecimiento sostenido y promisorio, donde la corrupción se abate hasta su mínima expresión (Corea, Singapur, Taiwán, Finlandia, Noruega, etcétera). No es al revés, no es la erradicación de la corrupción la que produce desarrollo sino el desarrollo el que disminuye la corrupción. El mismo presidente ha expresado que la superación de las desigualdades sociales o económicas sólo se sucede como consecuencia del desarrollo, entonces, es ahí donde hay que realizar el esfuerzo principal y la discusión que al caso proceda, a efecto de que la expresión tome vigencia, pues el desarrollo no es un asunto que ocurra por la sola intencionalidad y el catapulteo de lo nacional por lo global.
¿Se requiere voluntad y desarrollo interno?, sí, sin duda, pero no sólo. La experiencia muestra vías determinadas, vías específicas, donde hay aspectos compartidos y singularidades. Veamos que, en el plano de los aspectos comunes, como veníamos señalándolo en nuestras entregas anteriores, no hay desarrollo sin industrialización, sin embargo, estamos obligados a procesarnos de manera que se puedan acortar los caminos y hacerlos menos cruentos respecto de cómo se sucedieron estos procesos en los países desarrollados, no se trata de volver a inventar el hilo negro. La industrialización de los países emergentes de los cuales, desde nuestro punto de vista, México no hace parte, se enganchan a la avanzada capitalista en forma gradual y, paulatinamente, transitan de ser maquiladores a ser productores, pero no lo son por mérito de un esfuerzo aislado donde hayan tenido que volver a inventar la rueda sino de la relación con el mundo, aprendiendo y construyendo su valor de intercambio. Son naciones del mercado global.
La distinción más relevante en la experiencia del desarrollo de los países emergentes no está en un debate sobre el libre mercado sino sobre los términos de participación del Estado y el entramado tecnoproductivo de la industrialización en su sentido específico y más amplio. Los países emergentes, entre los que se encuentran los que hemos referido, no se distinguen por un concepto de nacionalismo sino de desarrollo endógeno que se prefigura como la forma sustantiva del desarrollo nacional tete a tete el desarrollo global y, su crítica fundamental al neoliberalismo está significada por la portentosa participación del Estado en la construcción del cuadro de condiciones que propician la inversión y el desarrollo del capital y el trabajo, donde la política social no se inscribe como base del desarrollo sino como factor compensatorio de las insuficiencias del desarrollo en un primer momento e inmediatamente se sustancia en la educación, la ciencia, la tecnología, la infraestructura de comunicaciones para la movilización de mercancías, el almacenamiento, el transporte, el financiamiento, la vinculación de mercados, etc.
Este es el sentido de lo que hemos puntualizado en las pasadas entregas, empero, resta señalar, que estos aspectos generales operan en contextos históricos específicos donde adquieren su particular legitimación y dificultad, ciertamente nunca exentos de un cruce de factores internos y externos que los problematizan, pero no por ello los cambios estructurales que presupone el aumento de la capacidad productiva son relegados a un segundo plano. La particularidad de los procesos de industrialización de los países emergentes, es la de colocar en el centro de atención al sector informático, de las telecomunicaciones y el transporte, que al instalarse en un gradual dominio interno van cruzando al resto de los sectores, ramas y principales productos con un impacto de incremento en la productividad y sus posibilidades de competencia en la formación de los precios internacionales y, por ende, de los mercados, interno, en primer lugar, pero también del sector externo.
Regresen la mirada a Corea, Singapur, Taiwán, Finlandia, Noruega, incluso pueden agregar a Vietnam, la India, Rusia misma, Turquía o China sin lugar a dudas, aunque sé que en la medida en que extienda la lista les motivará discutir lo que estoy diciendo, lo cual es recomendable hacer, pero sin obviar que he dicho que las naciones que están en ello, lo están haciendo en distinto grado y con particularidad respecto de sus condiciones históricas que aluden las singularidades de su cultura, regímenes políticos, etcétera. Mas, insisto, que no por ello, se apartan de lo que estoy refiriendo como aspectos comunes fundamentales del esquema tecnoproductivo que encabeza su desarrollo endógeno y de la portentosa participación del Estado.
El neoliberalismo se ciñe al consenso de Washington que presupone el acotamiento del Estado a su tarea administrativa, mas no todos los países inscritos en la globalización están sometidos a la institucionalización neoliberal encabezada por Estados Unidos, ni las posibilidades del pensamiento crítico se reducen a la alternativa contra-cíclica inspirada en Keynes. La geometría teórica de la economía política que se desdobla en este trazo que señalamos (que se discute en el Programa de Globalización, Conocimiento y Desarrollo del Doctorado en Economía y en la Coordinación de Investigación y Análisis Económico de la Licenciatura de Economía de la UNAM), reconoce el sentido inverso en que se ha colocado la lógica de la demanda en el orden de prelación para pautar la dinámica económica, escapando a la suerte efímera del aumento de la demanda por efecto de la política fiscal y monetaria, que sin renunciar al mejor realce de estos instrumentos de la política económica, se adentra al sentido de los cambios estructurales del soporte tecnoproductivo y del mercado dominado por la era digit@l, haciéndolo jugar un papel articulador del cambio en la capacidad de producción y competencia mercantil, apuntalada por el aprendizaje, la infraestructura y la tecnología para resumirlo en sus componentes de orden general más duros.