Daniel N. Moser • 13 de marzo de 2019
Los primeros cien días del nuevo gobierno están marcados por el predominio de una visión maniquea. Por un lado, los detractores que no le atribuyen el menor logro, y por el otro los apologistas que no reconocen ningún desacierto.
Con un ritmo vertiginoso, el presidente avanza en su gestión de gobierno motivado, como suele reiterar, por hacer realidad la “cuarta transformación” de México. No se trata de un desafío menor si se analiza el punto de partida: el fin de un régimen que con base en la ideología neoliberal(1) sumió al país en una de las mayores crisis del México posrevolucionario.
Lo primero que es necesario comprender para poner en su verdadera dimensión el análisis que se haga de la gestión del flamante gobierno es que no se trata de un simple paso de un sexenio a otro, ni siquiera del cambio de un partido político al frente del gobierno –es oportuno recordar que en el año 2000 la formalidad del paso de estafeta del PRI al PAN no hizo más que consolidar la continuidad del régimen 1982-2018–; se trata de un cambio de régimen, radical en lo ideológico, lo político y la gestión de gobierno.
Si hay alguien que tiene muy claro el significado de este cambio de régimen es Andrés Manuel López Obrador, y por ello, consciente de que seis años no es demasiado tiempo para llevarlo a cabo, comenzó su gobierno a un ritmo vertiginoso, lo cual puede contribuir a posibles errores.
No es una tarea menor asumir el gobierno tomando el control de las instituciones públicas que durante 36 años fueron puestas al servicio de una política de desmantelamiento del Estado, cuando el propósito es precisamente el contrario: fortalecer al Estado como instrumento para el desarrollo. Y aquí es necesario precisar: en el campo estrictamente económico, debe distinguirse entre los fenómenos del crecimiento, el desarrollo y el progreso. Un país puede crecer sin desarrollarse, y puede crecer y desarrollarse sin progresar. El desarrollo económico con equidad sintetiza los tres fenómenos: el aumento de la producción, la mayor y mejor utilización de los recursos productivos y el bienestar para todos.
Tan claro tiene el presidente la trascendencia de su propósito de una cuarta transformación de México, que declaró algo que juzgo de la mayor trascendencia. Palabras más, palabras menos, dijo: “Al final de este sexenio habremos tomado tal cantidad de medidas trascendentes, de fondo, que en caso de recuperar los representantes del régimen neoliberal la presidencia en 2024 les resultará imposible deshacerlas”.
Obviamente, resulta insostenible considerar que en lo que lleva de gestión el actual gobierno no haya ejecutado alguna medida positiva ni haya cometido algún error, más aun, que no haya materia para la disconformidad o la satisfacción, por más subjetivas que resulten.
No son pocos los casos que ameritan un debate, como la forma en que se han realizado las consultas ciudadanas sobre temas relevantes, la suspensión (al 12 de marzo de 2019 no está formalmente cancelada) de la obra del NAIM en el ex Lago de Texcoco, el combate al robo de combustibles, proyectos de infraestructura como el Tren Maya, la terminal civil en el actual aeropuerto militar de Santa Lucía, la refinería en Dos Bocas, Tabasco, y la puesta en funcionamiento de la termoeléctrica en Huexca, Morelos; así también la forma de cancelar la entrega de recursos a organizaciones sociales con actividades diversas y a particulares que reciben concesiones, como en el caso de las estancias infantiles y las casas refugio para mujeres víctima de violencia, por mencionar sólo las más polémicas, sin olvidar la recientemente aprobada Guardia Nacional.(2)
Lamentablemente, los casos anteriores han sido abordados con un enfoque predominantemente maniqueo, sin objetividad ni argumentos sustantivos. Quienes se atreven a analizarlos sin caer en el simplismo de la descalificación o el elogio sin mayor reflexión, según el enfoque, de manera arbitraria son encasillados en alguno de los dos extremos o de plano descalificados por “no tomar posición”.
“No resulte que quienes lo acusaban de mesías ahora le pidan milagros”, afirmó un amigo, militante de Morena, refiriéndose a las primeras críticas de los detractores de Andrés Manuel López Obrador. Sin duda tenía razón. Quienes, por acción u omisión, fueron abiertamente cómplices del régimen que durante 36 años gobernó México, con las consecuencias económicas, políticas y sociales perjudiciales para la enorme mayoría de los mexicanos, no esperaron ni una semana para comenzar a exigir los resultados que en 36 años no reclamaron; más aun, con el mayor descaro se atreven a reprocharle rasgos autoritarios a Andrés Manuel López Obrador, ellos, que hicieron del autoritarismo, la imposición y el desprecio por la opinión ciudadana, en particular mediante el fraude electoral y la manipulación mediática, su modus operandi.
Por su parte, entre quienes manifiestan un apoyo incondicional a las políticas del nuevo gobierno abundan los que se limitan a cuestionar a los detractores sin encontrar nada que merezca una crítica, por más constructiva que pueda resultar. No se trata de hacer una autoflagelación pública, mas sí de no perder el espíritu crítico con el que se contaba siendo oposición, incluida la necesaria toma de nota de las críticas que tengan algún sustento, aunque vengan de los detractores, precisamente para quitarles argumentos mediante el ejercicio de la corrección de lo que puedan ser fallos del actual gobierno.
Quienes votaron por el actual gobierno –entre quienes me incluyo sin ser militante de Morena ni compartir incondicionalmente cada acto de gobierno, pero sí su orientación política– el aporte más relevante que le pueden hacer es el de estar en permanente estado de alerta para defenderlo y practicar la crítica constructiva a la gestión, siempre acompañada de propuestas, al tiempo que aportar con argumentos sustantivos a la desactivación de las campañas de los detractores, mercenarios del anterior régimen o ignorantes manipulados.
No debe perderse de vista que el triunfo electoral fue un primer paso, importantísimo, para un proceso que incluye la difícil toma del control del aparato del Estado y a partir de allí la lucha por el poder real, que es tan larga como compleja. No basta con la voluntad de un hombre. Es imprescindible una sociedad alerta, con espíritu crítico, organizada y con capacidad de movilización para exigir el cumplimiento de los compromisos de quienes asumen la responsabilidad de gobernar, pero al mismo tiempo para defender a un gobierno que goza de un contundente respaldo popular y enfrenta poderes internos y externos que harán lo posible por intentar hacerlo fracasar.
1. https://ceen.org.mx/2019/02/02/el-triunfo-del-neoliberalismo/
2. https://ceen.org.mx/2019/01/21/las-ff-aa-en-la-guardia-nacional/