Daniel Moser • 6 de febrero de 2019

A diferencia de serviles gobiernos de América Latina, de Europa y de otras regiones del planeta, y en sintonía con la mayoría de las naciones integrantes de la ONU y de las que componen su actual Consejo de Seguridad, el gobierno de México se mantuvo en el marco de la legalidad y la coherencia política.
Desde 1999, cuando asumió Hugo Chávez la presidencia, Venezuela es acosada por el “Estado profundo” (controlado por el sionismo) que gobierna a EU desde hace décadas, por encima de los presidentes en turno; muestras cabales de lo anterior son los casos más recientes del Premio Nobel de la Paz, Barack Obama, quien asumió barnizado de progresista para destruir Libia, Yemen y Siria, así como Trump, que en su campaña anunció que EU ya no invadiría otros países e intentó llegar a acuerdos con Rusia, para terminar declarando que no descarta la opción militar en Venezuela. Obama y Trump se sometieron, como cada uno de sus antecesores, al Estado profundo.
A diferencia de serviles gobiernos de América Latina, de Europa y de otras regiones del planeta, y en sintonía con la mayoría de las naciones integrantes de la ONU y de las que componen su actual Consejo de Seguridad, el gobierno de México se mantuvo en el marco de la legalidad y la coherencia política.
La Constitución mexicana, en su artículo 89, inciso X, es muy explícita en materia de política exterior, al establecer como principios “la autodeterminación de los pueblos; la no intervención; la solución pacífica de controversias; la proscripción de la amenaza o el uso de la fuerza en las relaciones internacionales; la igualdad jurídica de los Estados; la cooperación internacional para el desarrollo; el respeto, la protección y promoción de los derechos humanos y la lucha por la paz y la seguridad internacionales”.
En sus conferencias mañaneras, el presidente López Obrador repite casi de memoria estas líneas, ante la insistencia de los periodistas despistados que preguntan una y otra vez lo mismo sin cambiar el enfoque, o de los descarados chayoteros, voceros de los promotores foráneos y locales de la intervención de EU en Venezuela. Pero no es lo único que ha dicho al respecto. Más de una vez se ha pronunciado López Obrador en ese sentido; el 5 de enero dijo: “Ya pasó el tiempo en que desde el extranjero se ponían o se quitaban presidentes al antojo de las hegemonías, ¡eso no! Fueron otros tiempos, los pueblos deben autodeterminarse.”
Seguir los preceptos constitucionales implica continuar las relaciones diplomáticas con el legal y legítimo gobierno venezolano que preside Nicolás Maduro, como lo está haciendo López Obrador. Y hacer referencia histórica (no por ello lejana en el tiempo) a que “se ponían o se quitaban presidentes al antojo de las hegemonías” no es explícita, pero sí obvia crítica a las pretensiones de EU de derrocar a Nicolás Maduro. A lo anterior hay que sumar la ausencia de un representante de México en Canadá con motivo de la reunión del conjunto de abyectos gobiernos serviles a EU, conocido como Grupo de Lima, que confirmó el reconocimiento –sin ningún valor legal, ni en Venezuela ni internacional– al impostor, títere de EU, Guaidó.
Estas posiciones del gobierno de México no implican neutralidad; son una clara y contundente toma de posición con base en principios constitucionales e ideales políticos que no dejan lugar a dudas, en defensa de la legalidad y contra las prácticas imperialistas.