Daniel Moser y Felipe Soto • 2 de febrero de 2019
Economistas, sociólogos, politólogos y toda clase de especialistas en diversas áreas de las ciencias sociales le reclaman al modelo neoliberal los graves daños que su debacle provocó a todas las sociedades donde se implantó.
Los gobiernos que han seguido al pie de la letra todas las recetas del Consenso de Washington(1) han puesto al Estado al servicio de grupos minoritarios pero poderosos, en perjuicio de las grandes mayorías populares.
Esto ha dado pie a que en muchos foros los críticos hablen del fracaso del modelo neoliberal. ¡Qué equivocados están los que sostienen esta opinión! Los promotores del modelo neoliberal no fracasaron. Triunfaron en toda la línea. Efectivamente: para juzgar el fracaso o el éxito de un modelo, no debemos atenernos a las declaraciones públicas de sus promotores, porque nadie pregona que su particular proyecto está destinado a causar la desgracia de los pueblos a los que se aplica.
Para apreciar el gran triunfo de los grupos hegemónicos de la economía y las finanzas transnacionales –que han tomado el control de los Estado-nación en beneficio de la pequeña pero poderosa minoría a la que pertenecen– debemos observar cuáles fueron sus objetivos reales, que son aquellos que surgen de los consejos de los organismos multinacionales de crédito; de los trascendidos de las reuniones de los grandes líderes de Occidente; de los lapsus linguae de sus agentes de relaciones públicas, como Fukuyama o Kissinger; de las frases crípticas de sus economistas estrella y, sobre todo, de las medidas concretas impuestas a los gobiernos que se someten a su poder.
Estos grupos minoritarios pero muy poderosos son los que diseñaron el modelo neoliberal para una nueva etapa de la cíclica reconversión capitalista, y dispusieron cómo deben utilizarse los instrumentos militares, financieros y mediáticos para consolidar el nuevo modelo.
Vistos los hechos, despojados de toda retórica embellecedora, no cabe sino concluir que, desgraciadamente, el modelo neoliberal fue impuesto ampliamente, sobre todo en América Latina.
Objetivos cumplidos
Para el cumplimiento de su objetivo superior, ¿acaso los promotores del neoliberalismo no pretendían desmantelar el Estado benefactor para recomponer la tasa de ganancia reducida por el mantenimiento de sus estructuras sociales? Lo han conseguido y reemplazado por el “Estado malhechor”, gerente del malbaratamiento del patrimonio nacional y de la corrupción a él asociada. ¿No querían reducir los costos de producción con la implementación de la robótica y otras tecnologías avanzadas, aun a costa del aumento de desocupados y subocupados? Lo han logrado. ¿No deseaban reducir el valor de la fuerza de trabajo presionándola con los millones de desocupados y desesperados existentes, con la persecución y las dictaduras? Lo han impuesto. ¿No trataban de obtener la más plena libertad de circulación de los capitales, las mercaderías de las potencias industriales y las informaciones que nos inventan una realidad inexistente? Lo ha conseguido. Por último, los promotores del modelo neoliberal ¿no querían acaso apoderarse de los ahorros de la clase media y de los aportes jubilatorios de los trabajadores? Lo han logrado. Entonces, ¿de qué fracaso hablamos? Si estamos tan mal como estamos es precisamente porque los impulsores del
modelo neoliberal consiguieron todos sus objetivos.
El aumento del nivel de desocupación, miseria y exclusión; el desmantelamiento del aparato productivo; la ruina de los sistemas previsionales, educativos y de salud; el hundimiento de la clase media; el incremento de la delincuencia y el vaciamiento de las instituciones democráticas son consecuencias obligadas.
Ansia irrefrenable de pillaje
Decir que el modelo neoliberal ha fracasado es dar fe de un discurso falaz; es creer que el capitalismo salvaje se propuso alguna vez solucionar los problemas de la gente, brindar bienestar a todos los miembros de la comunidad, implantar un sistema verdaderamente democrático y preservar la integridad ecológica del planeta.
Por su naturaleza específica, el capitalismo está impedido de perseguir o plantearse siquiera cualquiera de esos objetivos que harían más llevadera la vida, porque ello disminuye la rentabilidad global del capital. Cuando tuvo
que tolerarlos y se volteó a ver a la gente, en los años del capitalismo keynesiano de posguerra, no fue por generosidad, sino por cálculo (por el cálculo que había hecho justamente John Maynard Keynes), por las largas luchas de los trabajadores y de los pueblos coloniales y por los resultados paradójicos de la última guerra imperialista: extrema debilidad de la burguesía europea y fortalecimiento de los sindicatos y los partidos radicales. Y por la existencia, allá atrás, como telón de fondo de estos actores, de la Unión Soviética y los países del Pacto de Varsovia, capaces de imponer, por solo acto de presencia, un alto al ansia irrefrenable de pillaje por parte del establishment. Desaparecido el campo sedicentemente “socialista” en 1989, desbalanceado el equilibrio internacional y social, y sin rivales de cuidado, el capitalismo, vestido con las galas de la doctrina neoliberal, se precipitó sobre el nivel de vida y las conquistas sociales de los pueblos del mundo.
Logró cumplir sus objetivos en lo fundamental. Triunfó. Las consecuencias de ese triunfo mundial —no de alguna derrota o fracaso— son las que tenemos a la vista y debemos remontar con el esfuerzo organizado y militante de los
pueblos sometidos al modelo neoliberal.
La victoria de los impulsores del modelo neoliberal, al destruir el amplio consenso social de que disfrutó el capitalismo en su etapa keynesiana-fordista, contiene en sí misma las bases de su superación por obra de la voluntad
general de los países actualmente sometidos a este modelo.
Notas
1. “El denominado Consenso de Washington se refiere al conjunto de medidas de política económica de corte neoliberal aplicadas a partir de los años ochenta para, por un lado, hacer frente a la reducción de la tasa de beneficio en los países del Norte tras la crisis económica de los setenta, y por otro, como salida impuesta por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM) a los países del Sur ante el estallido de la crisis de la deuda externa. Todo ello por medio de la condicionalidad macroeconómica vinculada a la financiación concedida por estos organismos.
”El concepto como tal fue acuñado por el economista británico John Williamson en un artículo publicado en 1989, donde enunciaba una serie de medidas de estabilización y ajuste de las economías respecto a las cuales determinadas instituciones con sede en Washington —mayormente el FMI y el BM, así como el gobierno y la Reserva Federal de EE.UU.— parecían tener un consenso sobre su necesidad. En términos generales, el entonces nuevo ideario apostaba por un paquete conjunto de políticas económicas como: la lucha contra el déficit público por la vía de reducción del gasto, las reformas para reducir la progresividad impositiva, la privatización de empresas públicas, la liberalización del comercio y de los mercados de capitales a nivel internacional, la minimización de las condiciones a la entrada de extranjera directa y la desregulación de los mercados laborales internos, entre otras”.
Fuente: omal.info/spip.php?article4820