Eduardo Pérez Haro • 21 de agosto 21 de 2018
Para Juan Pablo Arroyo Ortiz
Emplazar a una cuarta transformación podría parecer temerario, y sin embargo resulta dable al tenor de la avalancha electoral que desmanteló a la partidocracia tradicional y sobre sus escombros se erige el presidente electo Andrés Manuel López Obrador. Tendrá que responder a las aspiraciones de justicia social que, de alguna manera, se arrastran desde hace dos siglos en que se sucedió la primera de las tres transformaciones que se aluden como precedentes del proceso en curso y que prefiguraron como basamento el desarrollo económico acicateado y regido por la intervención del Estado.
En la independencia, la reforma y la revolución había que vencer estructuras de su pasado inmediato y mediato que no habrían de doblegarse por la inercia del desarrollo económico, pues implicaba desmantelar reglas, leyes y costumbres en las que se enquistaban poderes habituados a su condición de privilegio y por ende, se resistían a mudar voluntariamente, había que salirles al paso y resolverlos en el curso de los cambios, así fueran la corona española, los latifundistas, los ejércitos, la misma iglesia católica o las élites de gobierno.
El cardenismo hizo lo propio y no fue poco, aunque no todo porque el todo hasta hoy es una posibilidad teórica que no por ello es falsa o utópica, mas no es discusión del momento. Probablemente el cardenismo sea un referente que sin desprenderse de los postulados de justicia y desarrollo de las transformaciones referidas y con acoplamiento sincrónico con la revolución mexicana, guarda mayor semejanza con los desafíos del momento por cuanto organizó la base sociopolítica de sustentación del poder y cimentó las bases del desarrollo productivo con vistas a la industrialización ulterior que acompañó el PRI de aquel entonces.
El gobierno del cambio que encabeza López Obrador no puede repetir la experiencia del general Cárdenas, pues enfrenta un mundo y un país diferente por su demografía, por su recomposición geopolítica, por su entramado económico; porque ya se sucedió una Segunda Guerra Mundial, se desplegó la llamada época de oro del capitalismo, se abrieron las guerras de Corea y Vietnam, los movimientos del 68 en todo el mundo, se presentó la gran crisis del petróleo y las crisis de la deuda en América Latina, Medio Oriente se metió en la escena internacional, se desplazó el oro como soporte del dólar, surgió el primer procesador Intel, la globalización movió la integración productiva y liberó el comercio, sucumbió la URSS, Japón entró en crisis, el apartheid se suprimió, emergió Sudáfrica, Turquía, la India y China, se sobrevinieron la crisis de los valores tecnológicos y de internet y la debacle financiera inmobiliaria en Estados Unidos, Ucrania y Siria tensan a las potencias, un millonario excéntrico, vulgar y racista de la televisión se vuelve presidente de Estados Unidos y desafía a China y al mundo con una guerra comercial en ciernes, mientras México rumió los restos del desarrollo estabilizador y se subió cojeando a la globalización bajo el resquebrajamiento progresivo del Prian.
Y sin embargo, paradójicamente, la tarea vuelve a ser el acoplamiento de sectores productivos, fuerzas sociales y entramado político institucional para reindustrializar en la perspectiva de un patrón tecnoproductivo inscrito en la competencia global (dada la lógica de las cadenas-redes de integración productiva y la formación internacional de los precios) con el debido recogimiento de la defensa del trabajo en primer plano y la sustentabilidad de procesos en relación con el medio natural.
Una ecuación que nada tiene que ver con la proeza cardenista, cuando se entiende no sólo el cruce de estas exigencias sino el tener que procesarlas en el contexto de alto contraste que se define entre las dificultades internas y las del exterior. En el plano interno las insuficiencias estructurales de México (tecnológicas, de infraestructura, calificación del trabajo, formas atrasadas de la organización de los procesos de trabajo y desintegración productiva de los sectores, ramas y productos, dependencia del mercado norteamericano) y, en el exterior, la preponderancia financiera con sobreendeudamiento privado, público y de las familias, restablecimiento de impuestos al comercio, estrechamiento de mercados, amedrentamientos y tensiones por los hidrocarburos y los territorios, tasas de interés al alza y apreciación del dólar.
Para salir bien librados de este cuadro de condiciones, se requiere de una táctica y una estrategia en la política y en la economía. La fuerza del ordenamiento social emitido por el voto de los mexicanos para perfilar una respuesta a la justicia social incumplida por la historia es algo que llevará más tiempo que los seis años de la administración, lo que presupone la consolidación política del régimen para echar cimientos y de Morena para asegurar los plazos de edificación socioeconómica y cambio institucional, algo que todo mundo da por supuesto, pero que suele entenderse voluntariosamente y asumirse al margen de las difíciles condiciones internas y externas que enmarcan la realidad actual en una conjugación que va más allá de su reconocimiento empírico arriba referido. Tal realidad debe ser decodificada para asegurar que ello suceda acorde a las lecciones de la historia sobre las causas que han debilitado la consagración de las transformaciones en doscientos años y donde una de estas causas ha sido la sujeción política, institucional y cultural del pueblo, que ha estado presente en la independencia, la reforma y la revolución.
La otra cuestión es que suele creerse que la política lo hace todo, todo es voluntad política para los políticos, una verdad a medias que conviene apuntalar con los recursos de la economía política donde se articula el trabajo productivo como vértice de la conciencia y sus despliegues tras la defensa de vivir y vivir mejor, un principio ordenador, al que ahora se suma el hacerlo con garantías en la preservación del medio natural, donde se suma, además de la voluntad, la ingeniería científica de la conciencia. La economía no es ecuación simple de la oferta y la demanda, ni se cubre con trabajo y producción fuera de la competencia, incluso el valor de las mercancías se enfrenta a las asimetrías de la competitividad, a la fuerza del monopolio y la ley del derecho de propiedad intelectual, el proteccionismo o el libre comercio entre fuerzas desiguales, etcétera.
Y mientras se acomodan las cosas, la consolidación institucional de la nueva correlación de fuerzas y la cimentación de condiciones para la inversión, el encadenamiento de sectores entre el primario y el industrial, cadenas de valor entre la pequeña industria con la mediana y de ésta con la gran industria, y se sientan las bases de la ciencia con la innovación tecnológica, se califican los jóvenes, se recupera la producción de energías, se construye la infraestructura de comunicaciones, se diversifican los mercados, y demás procesos iniciáticos, habrá que fincar la claridad de origen y rumbo, donde el proceso de la cuarta transformación no puede perderse en la mala idea de que todo es importante y prioritario, en un mundo donde las apariencias engañan. Las necesidades ingentes de la desigualdad y la pobreza no están a discusión y el mejor esfuerzo no tiene margen de error, mas ello no resuelve, ni remotamente, la desigualdad ni la pobreza.
Lo que procede es desvelar y actuar en consecuencia de la combinación de procesos y la sucesión de las etapas con vistas a la industria de bienes de capital donde la política fiscal y monetaria acomoden la demanda en correspondencia con los segmentos de los nuevos encadenamientos industriales, algo donde la teoría económica y la economía política no habrían de pelear, ni éstas con la política, sino al contrario, se puede discutir, pero caminando por la izquierda.
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