Reflexiones sobre el Tratado de Libre Comercio de América del Norte

Felipe Soto • Octubre de 2017

 

El fondo del asunto debe concentrarse en la conveniencia o inconveniencia de seguir sometido a este tratado a la luz de los resultados obtenidos para la sociedad mexicana, después de más de 20 años de la vigencia del mismo.

La intención de renegociar el TLC por parte del gobierno de los EE.UU. ha puesto a discusión las posibles consecuencias para México de lo que resulte de darse esta nueva negociación. Las reflexiones que pudieran hacerse al respecto no deberían apuntar hacia lo que se cede, de lo actualmente establecido, o lo nuevo que pudiera obtenerse; el fondo del asunto debe concentrarse en la conveniencia o inconveniencia de seguir sometido a este tratado a la luz de los resultados obtenido para la sociedad mexicana, después de más de 20 años de la vigencia del mismo. Para ello es necesario poner en contexto el origen del TLC, los propósitos declarados y resultados obtenidos, así como las consecuencias para los intereses de México.

 

La necesidad de los EE.UU. de reposicionarse en el mundo

Desde la década de 1970 los EE.UU. venían arrastrando problemas económicos que hicieron crisis de los primeros años de la década de los ochenta. La crisis caracterizada por una baja de 3% del PIB per cápita, causada por problemas en el sistema financiero, tanto en el nivel de ahorro como dificultades en el sector bancario y en el sector inmobiliario, deterioró su prestigio en el mundo como el país exitoso y líder del desarrollo económico. Aunado a ello, los países asiáticos, principalmente Japón, surgían como una amenaza para su liderazgo; se configuraba como una región importante la Unión Europea liderada por Alemania; la Unión Soviética, su enemigo tradicional, todavía tenía un significado regional, y surgía el Mercosur, que integraba a los principales países de Sudamérica. Por ello era necesario buscar nuevos caminos para posicionar otra vez a EE.UU. en el ámbito mundial y comenzó a fraguarse una estrategia basada en la profundización del libre mercado que había iniciado el GATT y que requería de un marco de medidas de tipo neoliberal que vulnerara, por una parte, las limitaciones proteccionistas de los Estados soberanos y, por otra, aprovechar para sus intereses las funciones de los organismos internacionales de financiamiento, particularmente el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, todo ello para contrarrestar la fuerza que estaban adquiriendo las regiones mencionadas.

 

El afán hegemónico de los EE.UU. en los noventa

El contubernio entre el gobierno de EE.UU., los grandes corporativos y los organismos financieros internacionales, se encontraron a inicios de la década de los noventa con eventos que favorecieron una nueva oportunidad para que ese país emprendiera una estrategia que le permitiera retomar su papel hegemónico en el mundo. Varios países asumieron que la crisis de la deuda que tenían era producto de la mala administración de los gobiernos, lo que permitió a EE.UU. llevar a cabo, con éxito, una estrategia político-cultural que desacreditaba la participación del Estado en la conducción del desarrollo, privilegiando al mercado como el principal protagonista del mismo; la caída del muro de Berlín, la desaparición de la Unión Soviética y la demostración de poder al invadir Iraq, entre otros eventos, dieron pauta para que los EE.UU., en muy corto plazo, se instalaran nuevamente como el país hegemónico en el mundo; los principios del capitalismo neoliberal sentaron sus reales en la mayor parte de los países. Sin embargo, se requería también tener una respuesta a la consolidación de regiones geoeconómicas que excluían a los EE.UU. y podrían atentar contra sus intereses; la creación de una región de libre comercio entre Canadá, EE.UU. y México sería esa respuesta, pero no se contemplaron los efectos de mediano y largo plazo que tendría un acuerdo de este tipo en contra de sus propios países integrantes como naciones y que los únicos beneficiarios serían las grandes empresas corporativas.

La crisis inmobiliaria de 1998, que repercutió en una de las peores crisis financieras de la historia; la vulnerabilidad de la seguridad nacional que mostró el país en 2001 con el ataque a las Torres Gemelas y al Pentágono; la pérdida de empleo y el incremento de la pobreza interna, así como la consolidación de China, India, Alemania y Rusia como actores importantes en el escenario mundial, entre otros factores, determinaron que la ansiada hegemonía que esperaba el régimen político-económico de EE.UU. a principios de los noventa no se concretara.

Sólo hasta las recientes elecciones de 2016 se ha reconocido como un país fracasado, y ahora se habla de “volver hacer grande a América”, con medidas proteccionistas que contradicen el modelo neoliberal de libre comercio, el multilateralismo y el regionalismo.

 

El libre mercado como el “moderno” paradigma del desarrollo de las naciones y el origen del TLC

Este nuevo-viejo modelo de origen liberal se convirtió a partir de la década de 1980 en el dogma capitalista que deberían seguir los hacedores de las políticas públicas en todos aquellos países que desearan inscribir su nombre entre el grupo de los que podrían ostentarse como “países del primer mundo”. Pero cabe recordar que no son las naciones las que comercian, sino las empresas corporativas trasnacionales que sustentan sus ganancias en la colocación de sus productos en todo el mundo y que ven afectados sus intereses económicos por las barreras arancelarias que imponían los gobiernos soberanamente, de acuerdo con su propósito de proteger a sus propias empresas nacionales que abastecían el mercado interno, exportaban excedentes y generaban puestos de trabajo por cuenta propia.

Para eliminar la protección arancelaria, las grandes empresas trasnacionales promovieron en las universidades con “prestigio” en EE.UU. un modelo de libre comercio que terminó por convertirse en un dogma que acató la mayoría de los gobiernos del mundo, ya que, de no hacerlo así, se suponía que estarían lejos de alcanzar los niveles de desarrollo que este modelo capitalista prometía.

El libre intercambio de bienes y servicios se presentó como la forma de superar todos los males de los países subdesarrollados y la única opción de los países emergentes, ya que las limitantes que éstos ponían representaban un obstáculo al crecimiento económico, ocultando la verdadera razón que impulsó la propaganda del libre cambio: la protección de los intereses de las grandes corporaciones multinacionales para que, por una parte, se facilitara la comercialización de los excedentes de bienes obtenidos por la mayor productividad debida al desarrollo tecnológico y, por otro, el libre tránsito de capitales que permitió globalizar la producción y el financiamiento, distribuyendo los eslabones de las cadenas de valor, según donde puedan reducir costos de mano de obra y disfrutar de leyes laborales flexibles; donde puedan hacer de uso de recursos naturales sin limitaciones de normas ambientales, y con ventajas fiscales que no tendrían en sus países sede.

 

Las falsas expectativas de los beneficios del TLC

En 1990 los presidentes de Canadá, EE.UU. y México decidieron iniciar la negociación del TLC, y en 1991 se anuncia la decisión de negociar dicho tratado; finalmente fue firmado por los tres países el 17 de diciembre de 1992 y entró en vigor el 1 de enero de 1994.

Para el modelo económico neoliberal que el gobierno de Carlos Salinas de Gortari trataba de establecer, el TLC venía a fortalecer las reformas económicas de apertura comercial durante su sexenio. Con este tratado se vigorizarían las exportaciones a EE.UU., principal mercado mundial, aun cuando la exportación a ese mercado representaba ya el 70% de las exportaciones totales de México. El retiro del Estado en sectores estratégicos de la economía nacional y dejar en manos de la iniciativa privada y el mercado el futuro desarrollo del país implicaba, según este modelo, atraer la inversión y el capital foráneo.

Basado en las premisas del libre comercio, el TLC justificó su existencia en conceptos como: a) una mayor eficiencia económica en la región, evitando la posible desviación del comercio, es decir, privilegiar el intercambio de mercancías entre los tres países, eliminando las limitantes arancelarias; b) aumentaría el ingreso real de la población, se presentarían mayores tasas de crecimiento económico, se reducirá la pobreza y se generaría un creciente ingreso per cápita; c) vendrían mayores flujos de inversión y comercio, ya que se aprovecharía la ventaja comparativa de México en los procesos intensivos de mano de obra y se incrementaría el valor real de los salarios.

Después de la firma del TLC, los gobiernos de México han venido promoviendo, y han lograron llevar a cabo, reformas “estructurales” que complementaron las condiciones que el tratado imponía: la reforma laboral, la de telecomunicaciones, la energética, la electoral, la educativa, la de competencia, la hacendaria, la penal y la de amparo, entre otras disposiciones y modificaciones del marco jurídico constitucional.

 

Después de más de dos décadas el TLC no ha ofrecido los efectos que supuestamente se obtendrían en México

El análisis de las tendencias de la economía mexicana antes y después de la entronización de la política neoliberal y de la entrada en vigencia del Tratado de Libre Comercio de América del Norte señala que no sólo no se cumplieron las expectativas que en ambos se manipularon para minimizar resistencias internas, sino por el contrario, lejos de cumplirse estas expectativas los principales indicadores que tienen que ver con el bienestar de la población, fueron deteriorándose constantemente hasta el momento actual.1

La acumulación productiva medida por la formación bruta de capital fijo ha sido precaria; su participación porcentual en 1981, antes del embate neoliberal, fue de 22% respecto al PIB, correspondiendo 12% al esfuerzo de inversión del sector público y 10% al sector privado; a partir de entonces registró una tendencia descendente y en 1994, año de inicio del TLC, la proporción total bajó a 11.6%, integrado por la participación del sector privado con 7.6% y la del sector público con sólo el 4.0%. A partir de la puesta en marcha del TLC, en ese año, la formación bruta de capital si bien mostró altibajos, con una tendencia al alza, no se ha acercado a la proporción de 1981; en el año 2015 el porcentaje de la formación bruta de capital respecto al PIB fue de 16.2%, el sector privado aportó el 12.3% y el sector público sólo el 3.9%; es más, en ninguno de los 21 años que pasaron de 1994 a 2015, la formación bruta de capital fijo, respecto al PIB, recuperó la importancia que tuvo en 1981.

La tendencia de largo plazo del incremento porcentual del PIB ha venido decreciendo a partir de 1981, ya que en ese año registró cerca del 7% y a partir de entonces se inicia una tendencia continua descendente, que se revirtió ligeramente a partir de 1994 y hasta 1998, para que desde entonces este incremento anual del PIB vuelva a descender hasta alrededor del 2%. Es decir que ni las medidas neoliberales adoptadas desde el sexenio salinista ni el TLC han incentivado el crecimiento anual del PIB, más al contrario, este indicador ha registrado una tendencia a la baja.

La premisa de que el TLC generaría más empleo es una falacia. Después de una mejoría en la tasa de desocupación hasta 1999, el desempleo recuperó su crecimiento, tanto en términos de desocupación abierta como de desocupación encubierta y de subocupación. La tendencia de los tres conceptos indica que los resultados del TLC no han contribuido a mejorar el empleo formal, pues el nivel de 16% para una tasa conjunta de desocupación más desocupación encubierta y subocupación en 1999 se ha venido incrementando hasta cerca del 21% en 2015-2016, que se explica básicamente por la desocupación y la desocupación encubierta.

Tampoco el salario real ha recuperado los niveles que prevalecían antes de la aplicación del modelo neoliberal y del TLC. El salario medio real en el sector manufacturero es ahora 18% menor que en 1981, mientras que el salario mínimo real es 64% menor (2016).

De igual manera, no se mejoró la distribución del ingreso. El personal ocupado que percibe más de 5 salarios mínimos se mantiene en el mismo 5.5% desde 1995; en cambio el 15% del personal ocupado percibía, en ese año, entre 2 y 3 salarios mínimos, y para 2016 ya había aumentado a 25.5%; otros rangos de niveles inferiores se mantuvieron en la misma proporción o con ligera mejoría.

El déficit en la cuenta corriente y en la balanza comercial han venido registrando una tendencia creciente a partir 1987, en que obtuvieron los últimos superávits en ambos conceptos.

 

El TLC y la desestructuración de la economía nacional

Tan grave ha sido el deterioro de las principales variables económicas como la distorsión de las relaciones empresariales y sociales que soportaban la estructura económica de México, hasta antes de adoptar los principios económico-culturales del modelo neoliberal y de su expresión regional con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte.

El TLC dio origen a una nueva forma de que los principales corporativos trasnacionales aprovecharan el mayor mercado del mundo, es decir el mercado de los EE.UU. Empresas de todo tipo, como las automotrices que operan como maquiladoras automatizadas, las aeroespaciales que ensamblan partes y componentes importados, las textilerías que consideran la fabricación de telas como maquila por el hecho de importar los hilos, las agrícolas que aprovechan el bajo costo de la tierra, del agua y de la mano de obra en el campo, las agroalimentarias que importan insumos de otros países para procesarlos con equipos intensivos en capital y de servicios que se asumen también como beneficiarios de las reglas de origen regional. Por todo ello, vieron a México como la plataforma ideal para instalarse en el país, ya que las reglas de cero aranceles y nación más favorecida para los países de la región crearon las condiciones para operar maquilando en el país sus productos que ahora pueden entrar al mercado de EE.UU. como mercancías con origen regional.

Esto conlleva a consecuencias que aparentemente no estaban previstas:

a) El gobierno de EE.UU. no consideró que en México, de acuerdo con una filosofía neoliberal de libre mercado y capitales, así como de atracción de inversiones, podría abrir la puerta a grandes empresas trasnacionales que participan en las cadenas globales, empresas de distinto origen tanto de Europa, como de Asia e inclusive de EE.UU. y Canadá, que estarían interesadas en relocalizar parte de su producción de mercancías finalizadas en México, aprovechando, además, los beneficios fiscales contenidos en las reglas del tratado.

b) Si bien esto ha sucedido, el gobierno mexicano no reparó en que el modelo de maquila, tratándose de mercancías de alto grado tecnológico, no trae los beneficios de la maquila tradicional, en virtud de la robotización que minimiza el empleo de mano de obra, y la que se ocupa localmente es generalmente para tareas de bajo salario.

c) Las cadenas globales que controlan los grandes corporativos mantienen sus filiales abastecedoras de insumos, generalmente de alta tecnología y valor agregado, fuera de México, lo que limita la integración de empresas realmente mexicanas a las cadenas de valor.

d) Las grandes empresas nacionales que existían fueron compradas por empresas trasnacionales para sacarlas del mercado o fueron cerrando por no poder competir tecnológicamente, en calidad y precios, ya no digamos para participar en el mercado internacional, sino inclusive en el mercado interno.

e) La consecuencia de la desaparición de las grandes empresas nacionales fracturó las correas de trasmisión que tenían con la medianas empresas también nacionales y las de éstas con la empresas pequeñas que conjuntamente fueron despareciendo a lo largo de los últimos 20 años; esto provocó mayores tasas de desempleo y el incremento de la ocupación informal, principalmente en el comercio ambulante que, además de comercializar mercancías no producidas en el país, no aportan recursos a la hacienda pública, vía impuestos.

f) El dominio de las empresas trasnacionales en México y al amparo del TLC encauzan su producción al mercado de los EE.UU., de acuerdo con sus intereses y criterios decididos por sus corporativos, restringiendo las soberanías nacionales para decidir qué, cómo y para quién producir.

g) Los incrementos que pueden estarse dando en las exportaciones de México deben considerase no como exportaciones nacionales sino como trasnacionalizadas, en virtud del escaso valor agregado en el país y el alto contenido de partes y componentes integrados en la función de maquiladora altamente tecnificada.

 

La conveniencia de cancelar el TLC

La expectativa de la posible cancelación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte es una oportunidad para reestructurar la base económica del país en función de objetivos propios de desarrollo y del fortalecimiento de cadenas de transmisión entre empresas nacionales y con empresas extranjeras que operen en el país en sectores estratégicos, decididos en el contexto del interés soberano de México.

Para ello es necesario pasar por atender algunos aspectos relevantes, que hasta ahora no han sido contemplados; entre otros, los siguientes.

  1. Desmitificar el modelo neoliberal como el paradigma del desarrollo nacional.
  2. Dejar de considerar la economía como ley natural y cientificista, para devolverle su condición de un instrumento político basado en objetivos viables de beneficio social y no sólo de rentabilidad financiera.
  3. Una política de comercio internacional beneficiaría más mediante tratados bilaterales y/o relaciones comerciales basadas en ventajas competitivas nacionales, que la de tratados multilaterales y regionales que sujetan a las naciones a normas y reglas que violentan su soberanía.
  4. En caso de que se cancele el TLC y algunas empresas trasnacionales decidieran seguir operando en el país, tendrían que ajustarse a nuevas reglas que propicien una mayor integración del contenido nacional y un régimen fiscal distinto del que ahora disfrutan, incluyendo convenios que beneficien tanto al país como a las empresas.
  5. Establecer una política de Estado para el desarrollo de la investigación, el desarrollo tecnológico y la innovación con orientación estratégica, para sustituir en forma selectiva y paulatina mercancías importadas, abastecer el mercado interno en términos competitivos y, con ello, posicionarse como líder en el mercado internacional.
  6. En el campo convendría una política de fomento a las actividades que promuevan prioritariamente la seguridad y soberanía alimentaria, más que la que privilegia las utilidades de los agronegocios de empresas trasnacionales que poco o nada tienen que ver con las necesidades del país.

 

Notas

1 El análisis de las variables que aquí se comentan tiene como base la excelente investigación estadística llevada a cabo por el Dr. Abelardo Mariña.

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