Gonzalo Núñez González •
Vicepresidente del Centro de Estudios Estratégicos Nacionales, A.C. •
Noviembre 2016 •
La crisis sistémica que enfrentamos no admite ajustes menores y demanda una transformación profunda, que dependerá de la respuesta social y económica a la crisis.
El capitalismo mundial está en crisis debido al proceso de globalización y se expresa por la acelerada degradación ambiental, creciente deterioro social y la magnitud de la violencia.
Una mayor polarización económica y social, y el incremento de la desigualdad, han dado pie a una excesiva acumulación de capital y su consecuente concentración, y un acelerado empobrecimiento colectivo, generando con ello una amplia brecha entre ricos y pobres, que atiza una aguda inestabilidad y mayor violencia.
La globalización significa una nueva etapa o época caracterizada por el capital trasnacional y un sistema globalmente integrado de producción y finanzas, así como la emergencia de una clase capitalista trasnacional que domina a los estados nacionales, y se constituye en un estado trasnacional que controla recursos e instituciones globales, sujetas a acuerdos supra-nacionales.
La democracia es la forma estatal más adecuada para el dominio de la clase capitalista, la forma más lógica del dominio de una clase o grupo sobre las demás.
La polarización entre derecha e izquierda alimenta soluciones parciales (keynesianismo trasnacional) y convocan al reformismo global para salvar la crisis y enfrentar las demandas populares más radicales. Sin embargo esta salida reformista parece no convencer a la élite global financiera y es constantemente bloqueada en los foros mundiales que intentan regular y supervisar su operación.
Un sistema de control social
Por su parte, la derecha fascista -dependiente- del siglo XXI, busca fusionar el poder político reaccionario con el capital trasnacional, con el apoyo de sectores trabajadores privilegiados amenazados por la inseguridad y su posible descenso social; y de esta forma se impulsa el militarismo, el racismo, la violencia de género, la búsqueda de chivos expiatorios (terroristas, migrantes, etc.) y las ideologías mistificadoras.
Así desde 2008, se ha acelerado el desplazamiento y la exclusión de grandes grupos atrapados en el perverso circuito de acumulación-explotación-exclusión, y cuya posible protesta se nulifica criminalizándoles, recurriendo a la coerción vía legislación antiinmigrante, dominación policial al involucrarlos en el crimen organizado, revueltas religiosas, y su encarcelamiento masivo, todo ello junto con campañas ideológicas orientadas a la desmovilización y mediante consumos intrascendentes; es decir, un sistema de control social sobre la población oprimida.
La crisis del capitalismo global muestra hoy dos debilidades: la primera, consiste en que la hegemonía ideológica del neoliberalismo se ha roto en tanto ha llegado a sus límites materiales e ideológicos (Fukujama) y aún no se reestablece claramente un nuevo bloque dominante post-neoliberal.
La segunda debilidad consiste en que la crisis ha provocado una mayor exclusión y desigualdad, y por consecuencia, la destrucción de la clase media tradicional, fenómeno llamado la “tercermundialización del norte”, y el consecuente aumento de la pobreza y el desamparo social colectivo.
Espejismo inalcanzable
De esta forma las desigualdades sociales, características de países en desarrollo, hoy atraviesan del norte al sur, lo que permitiría desmantelar la alianza histórica de los grupos dominantes con las clases medias, bloque de poder propio del siglo XX, dando paso a la unidad de la mayoría de los grupos populares y encauzar así las luchas globales.
Es en este contexto, que la elección de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos, se inscribe en la ruta para despresurizar la demanda social de mejores condiciones de vida al ofrecer recuperar las condiciones materiales perdidas y volver a ser grandes de nuevo (great again).
Este espejismo inalcanzable, bajo el modelo de desarrollo financiero global que comanda los corporativos trasnacionales, resulta una oferta imposible de atender sin un cambio sistémico.
Para México, el modelo importador ha representado en la práctica, una forma de dominación de los países capitalistas avanzados, particularmente de los Estados Unidos, con el propósito de apropiarse de los recursos naturales y mantener bajos salarios para localizar sus inversiones vía los grupos de empresas multinacionales, así como apropiarse de las empresas del Estado con el apoyo fiscal y laboral correspondiente.
Bajo este modelo adoptado, la inversión -tanto pública como privada- de origen nacional tiende a disminuir, debilitando las posibilidades de crecimiento e incrementando el desempleo y subempleo para restringir aún más la capacidad adquisitiva de los salarios.
La economía del mercado globalizado digital, ha sido causa y efecto del poder trasnacional de las grandes corporaciones productivas y financieras, que nada tienen que ver con el espíritu democrático de las naciones, sin importar la libertad colectiva e individual y menos la participación ciudadana en la toma de las decisiones que les afectan.
Democracia para sustentar el poder y el dominio político sobre la sociedad, pero no democracia en el ámbito económico y mucho menos social, que evite la concentración del poder y la riqueza.
La crisis sistémica que enfrentamos no admite ajustes menores y demanda una transformación profunda, que dependerá de la respuesta social y económica a la crisis.
Así, la democracia reducida a los procesos electorales, que son manipulados a todas luces, representa en el caso de Trump un verdadero disfraz plutocrático, y que mediante amenazas a sus vecinos y minorías, pretende perpetuar el poder capitalista en su etapa global a pesar de sus límites y contradicciones.